TEATRO: THE DEEP BLUE SEA de Terence Rattigan

Director.-
Carrie Cracknell
Intérpretes.-
Helen McCtory. Marion Bailey. Tom Burke. Nick Fletcher. Hubert Burton. Yolanda Kertie. Andrew Lewis
National Theatre At Home

Terence Rattigan es un autor de eso que se podía llamar teatro elegante. Sabiendo que las comparaciones son odiosas, creo que en su época podría ser para el teatro inglés algo así como aquí nuestro Jacinto Benavente.
Sus obras están dramáticamente muy bien construidas para disfrute de un público burgués que sólo a sus miembros les permitiría ponerles en frente un espejo con sus vicios y virtudes.
Buen teatro en cualquier caso y algunas de sus obras, muy buenas obras.
Por supuesto, que nadie espere sorpresas ni revolución.
The deep Blue Sea es un melodrama visceral.
Todo comienza con el intento de suicidio de una mujer, sola en su apartamento.
Es víctima de una pasión enfermiza por un hombre que no la merece y por el ha abandonado un marido y una vida mucho más cómoda y, por supuesto respetable.
Amor o lujuria, deseo que ni se entiende ni se consigue definir, pero en cualquier caso, que acerca a Hester Collyer a la protagonista de La Voz Humana de Juan Cocteau. Mujeres desesperadas y sin pudor ante la posibilidad de conseguir sólo un minuto más.
Lo que más me gusta de la escritura de Rattigan es como maneja los dos niveles de tiempo: lo que vemos sucede en una jornada, y sin embargo, hay referencias suficientes como para poder descubrir lo que ha ocurrido hasta entonces.
Modélico en los diálogos, quizás los que me llegan más son aquellos que se producen entre el fracasado matrimonio. Creo que transmiten a la perfección la difícil inconsistencia del amor y la profundidad insondable de lo que significa.
El acierto de la dirección de Cracknell es optar por trasladar la obra tal cual, sacando lo mejor de cada palabra pero sin intentar actualizarla o darle un nuevo significado.
En este sentido, podría considerarse que esta lectura casi arqueológica convierte la pieza en teatro histórico, reflejo de la época pasada que retrata.
La mayor aportación es el magnífico decorado, ese edificio de apartamentos donde las paredes son casi transparentes y la intimidad está sometida a la verguenza y el escándalo, también donde, como consecuencia de lo mismo, surgen las mejores relaciones de apoyo entre los seres humanos.
Hay en el texto de Rattigan crítica social, desde dentro, desde quien conoce las instituciones de las que habla e incluso se ha sentido oprimido por ellas.
Con delicadeza, con mucho cuidado, la directora consigue que asome toda la riqueza emocional de los personajes, la confusión de sus sentimientos, su necesidad de encontrar apoyos, de no sentirse totalmente perdidos.
Ayudan un conjunto de buenos intérpretes, especialmente, Helen McCrory, en su sonrisa y en su mirada, está todo el dolor de una generación entera de mujeres.
El resultado es un excelente melodrama perfecto, que en ningún caso huele  añejo y que muestra sin complejos su cara más  elegante.
Una muestra de buen teatro bien hecho.
Y de nuevo, gracias al National Theatre, a quien vamos a echar mucho de menos cuando esto termine.

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