CINE: DETROIT de Kathryn Bigelow

USA 2017
John Bodega. Jack Reynor. Hannah Murray. Anthony Mackie. Will Poulter. Jacob Latimore. Jason Mitchell. Kaitlyn Dever. John Krasinski. Darren Goldstein. Jeremy Strong. Chris Chalk. Laz Alonso. Leon Thomas III. Malcom David Kelley. Joseph David Jones. Algee Smith. Ben O'Toole. Ephraim Sykes. Samira Wiley. Peyton Alex Smith. Austin Hebert

Kathryn Bigelow parece sentirse cómoda en la violencia.
El comentario fácil y casposo haría referencia a lo sorprendente de que sus últimas películas estén dirigidas por una mujer.
Sin embargo, yo tampoco conozco muchos hombres capaces de llevar a cabo, y tan bien, producciones tan duras, incómodas y vitales.
Detroit empieza con un breve epílogo gráfico, ligeramente explicativo. Unos apuntes sobre la situación de la población negra en EEUU durante los años sesenta, más bien un anuncio del racismo como tema central y único de lo que vendrá a continuación.
En la narración hay tres partes claramente diferenciadas:
La primera, de una manera casi periodística, nos narra los disturbios que se desencadenan en la ciudad como consecuencia de un redada.  En este episodio, de una forma algo anárquica vamos conociendo a los personajes que ocuparán la parte central del drama. También nos absorbe el clima casi de guerra que impera y en que puede germinar cualquier tragedia.
El nucleo central lo compone esa tragedia, los sucesos reales que ocurrieron durante aquellos disturbios en el Motel Aigiers y que terminaron con la muerte de tres muchachos de color a manos de la policía. El relato de esas horas allí dentro es terrible, capaz de generar una mezcla explosiva entre la angustia y la rabia.
La parte final la ocupa la resaca de los hechos hasta su vertiente judicial. La rabia surgirá de nuevo, esta vez con tal empatía que, a partir de ahí, justificaríamos posiblemente cualquier reacción.
Hay dos cosas de Bigelow que, más allá de su reconocida gramática, capaz de montajes tan vertiginosos como potentes, me atraen especialmente:
Por un lado, esa estilización de la violencia en el relato que opta por una especie de presente absoluto. Ello lleva a que no existan alrededor de los hechos más información que pueda servir para justificar o condenar, al margen de los hechos mismos. Su escritura es casi la de una crónica habitada, máxime cuando en esa especie de trilogía, trata siempre con la realidad. Es cierto, que al igual que pasaba con las lágrimas de Jessica Chastain al final de La noche más oscura, aquí se permite esa humanidad en el último tramo. Pero el peso está en reflejar de la manera más fiable posible aquello que ocurrió y que quiere contar.
Otro punto que hace su cine especialmente interesante, es su cuestionamiento de la moralidad.  Para empezar, es muy importante señalar que Bigelow nunca busca la belleza en la violencia; no hay asomo de pornografía ni efectismo en como mostrarla. Pero son incluso más relevante las cuestionas que plantea y de las que nunca da más respuestas que las obvias. En La noche más oscura, Chastain admitía, desde el minuto uno, la tortura como forma de obtener información, así como el asesinato de los testigos. Luego, esta mujer implacable se convertía en una heroína. Era una forma de exponernos a la pregunta de hasta que punto somos capaces de una condena incondicional.
Se va conformando un modelo de cine histórico en el que se nos exige reaccionar, evaluar, opinar  frente a la crónica de lo sucedido.
En el caso de Detroit el dilema podría funcionar a la contra. Es tal el asco que nos produce el comportamiento de la policía, que a partir de ahí, como ya he dicho antes, seríamos capaces de justificar cualquier reacción. También debería de ser tema de debate la opinión que cada uno tenemos del empleado de vigilancia, un hombre de color que intenta convivir con el horror siendo lo más parecido a un negro bueno.
O incluso la falta de héroes. Aunque tal vez en este último asunto, pueda considerarse que la directora tiene cierta compasión al dar protagonismo a un acto de heroísmo retardado, manifestado en una renuncia al éxito. Aunque tampoco aquí la apreciación puede ser pura, hay principios, pera también miedo.
Con sus tres últimas películas, Bigelow de un modo rotundo, nos muestra y nos hace tomar partido. Lamentablemente, para hablar del presente no sólo hay que hacerlo desde el presente, dado que hay epidemias como el racismo que aun no han desaparecido del planeta.  Este cáncer, capaz de transformar a seres humanos en monstruos, sólo por tener que admitir que los negros pueden también gozar de la compañía de unas mujeres blancas.
En cualquier caso, y al margen de estas reflexiones, Detroit funciona también como una magnífica película de acción. Hay una perfecta medida en el ritmo y una gradación del conflicto casi teatral.
Pero además, fruto de una extraña alquimia y, sobre todo, de mucha memoria cinematográfica, Bigelow dota a esta narración de un aroma clásico que nos hace pensar que la pieza perdurará muchos años sin envejecer.
En definitiva, muy buen cine.
Pero además, necesario.

Público

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