CINE: EL CLUB de Pablo Larrain


Chile 2015
Alfredo Castro. Roberto Farias. Antonia Zegers. Jaime Vadell. Alejandro Goic. Alejandro Sieveking.

La cita del Génesis que abre esta terrible película nos recuerda la separación entre la luz y la oscuridad.
Ya desde los primeros fotogramas la textura de arena y niebla que los impregna, y que no los abandonará, nos anuncia que es a la oscuridad a donde conduce este viaje.
Pero no es una oscuridad plena, la de la noche, sino una mucho más aterradora, porque está creada y habitada de seres humanos. No es por lo tanto una negrura visual, sino pastosa, llena de mediocridad, de miedos, de crueldad y de , en definitiva, los vicios y pecados que pueden anidar, no nos engañemos, en cualquier corazón.
Posiblemente lo que hace que el puñetazo sea mayor en esta ocasión, es que esos protagonistas sean hombres de la Iglesia.
Estamos en un pequeño pueblo al borde del mar. En una casa conviven cuatro varones ya mayores y una mujer de mirada dulce cuya misión parece ser la de cuidarlos. Su principal interés, un galgo que participa en carreras en el pueblo y que les proporciona sus únicas alegrías, porque lo cierto es que, incluso en ese entorno inicial en apariencia apacible, asoma ya un inquietante aroma de tristeza.
La llegada de un nuevo inquilino nos va abriendo puertas. La tragedia no es el final sino el principio. Lo que desencadena una segunda presencia. La del juez que nos descubre el fondo de esos hombres de mirada torcida.
La casa es un lugar donde la Iglesia retira a aquellos sacerdotes que tienen que purgar sus culpas, no sólo pedófilos, también estafadores, ladrones de niños y cómplices de los crímenes de la dictadura. Lo que le toca analizar a ese enviado es si verdaderamente esos lugares ( queda claro que es sólo uno más entre muchos ) son verdaderamente retiros de penitencia o simplemente escondites.
La nueva Iglesia parece querer afrontar esta situación de forma diferente.
A partir de ahí, dando también protagonismo a las víctimas en un personaje atroz en su dolor, se desarrolla una trama que tiene su peso en la palabra, consiguiendo con esa herramienta ser una de las experiencias más sobrecogedoras que puede verse en una pantalla.
Larrain la dota de un ritmo de thriller seco, el que se desarrolla entre miradas y silencios, pero además consigue, gracias a la fotografía antes citada, a una música fantásticamente elegida y a una difícil naturalidad en la dirección, darle una densidad interior que le otorga una dimensión espiritual casi de auto sacramental.
Creo que hay que ser muy valiente para afrontar esta propuesta.
El Club tiene mucho contenido para el debate; es muy discutible la solución final, complejo entender la dualidad de sus personajes, conseguir otorgarles alma, dudar si hay cabida para la compasión. Pero supongo que esa es una de las conclusiones: incluso para aquellos que nos consideramos creyentes, es imposible olvidar que también la Iglesia está habitada por seres humanos, esos que somos capaces de la mayor grandeza y de la más terrible crueldad.
Creo que hay un plano muy significativo casi al final, es una hermosa puesta de sol que se demora unos segundos, en ella Larrain parece decirnos, y con él coincido, que a pesar de todos los horrores del mundo no puede negarse la existencia de Dios, y que sí sabemos mirar lo encontraremos en muchos lugares.
El Club es una película excelente y necesaria.
No creo que nadie deba sentirse atacado, sí dolido.
Nos queda el perdón. Y la justicia.
Nota: sólo hay una cosa que no me gusta, el título.

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