NOVELA: POR SI SE VA LA LUZ de Lara Moreno

Lumen
328 páginas
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Al igual que pasó con Intemperie, esta novela de Lara Moreno aparece en el panorama editorial como una ópera prima sorprendente, que antes de su publicación ya ha cosechado un gran número de alabanzas.
Como punto de partida, quiero decir que esta carece de la contundencia de la primera y tampoco alcanza su perfección, sin embargo, tiene muchos puntos a valorar positivamente y descubre una voz sin duda interesante y valiente.
Además, es cierto que pueden encontrarse puntos en común entre ambas obras.
Por un lado, las dos se anclan en un escenario árido con un tremendo vacío que se refleja en la limitación de su número de personajes.
Ambas parten de géneros en principio reconocibles pero no tardan en contaminarlos con otros en apariencia dispares que, aunque también entran dentro de lo reconocible, producen en su mezcla una sensación única de extrañeza, de singularidad. Así, si Intemperie era una novela de iniciación con aroma de western , la novela de Lara Moreno, comienza como una obra de búsqueda en la que sus dos principales personajes acuden a vivir a un pueblo abandonado, para poco a poco ir coloreándose con retales de apocalipsis, donde no queda lejos La Carretera o algún relato de Coetze.
También las dos establecen una relación especial con el lector: por un lado no existe preparación, sino que lo zambullen a plomo desde la primera página en la espesura de la historia, y además, no consideran necesario ofrecerle más información que la que se produce en el presente, por lo que es él quien debe rellenar los huecos, algo que, por otro lado, le permitirá singularizar la lectura.
Pero donde en Intemperie había acción y una línea clara, aquí es introspección y las líneas narrativas son difusas, pudiendo existir por momentos confusión entre los narradores y entre la realidad y el sueño. Quizás su autora nos esté hablando del futuro desde un realismo en que la vuelta a lo esencial tiene muy poco de idílico o tal vez nos esté mostrando los restos de la sociedad desconcertada en la que vivimos. Hacerlo con un minimalismo seco, donde el simbolismo parece mezclarse con lo real, es una decisión arriesgada que a veces aleja al lector. Pero si conseguimos mantenernos asomados a sus páginas, encontraremos una desazón que tardará en abandonarnos. Un escritor capaz de producir esas sensaciones es sin duda un muy buen escritor.
En cualquier caso, son dos propuestas que abren nuevos caminos a una narrativa que afronta la crisis desde la búsqueda y que no está dispuesta a quedarse anquilosada en viejas formas. Algo de lo que todos nos debemos alegrar.

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