NOVELA: CLARABOYA de José Saramago

Alfaguara
415  páginas

Todos los que admiramos a Saramago conocemos lo singular de esta publicación: fue la primera novela que el escritor envió a una editorial de la que no recibió ninguna respuesta; encontrada años más tarde, el propio autor tomó la decisión de que no se diese a conocer mientras él viviese. Ahora, tiempo después, la Fundación Saramago nos la ofrece como un último regalo, que viene a paliar ligeramente el lamento de conocer que ya nada nuevo saldrá de su pluma.
Y efectivamente, es un regalo, porque nos permite algo tan poco habitual como poder asomarnos a las primeras esperanzas de aquel que con el tiempo se convirtió en uno de los Premio Nóbel de Literatura más justos de la historia.
Lo primero que sorprende de Claraboya es su ambición: todavía no había aprendido aquel muchacho a crear las pequeñas fábulas, los cuentos crueles,las parábolas que se hacen grandes en su capacidad para abrir verdades universales y recuperar la esencia más primitiva del ser humano; tampoco sabía como contar en acciones lo que aquí se convierte en diálogos, en especial el del Zapatero Silvestre y Abel. Por ello, se atreve con una pieza coral, con más de diez personajes, cada uno con su interior y su exterior, con diferentes decorados que trasladan la miseria de esas vidas, supongo que como reflejo a la miseria de una situación social, de un mundo.
Es un Saramago hiperrealista, que con el tiempo aprendió a ser libre y a dejar que la muerte dudase, que la ceguera fuese blanca y sin causa aparente, que un elefante revolucionase la Historia o que Caín discutiese con Dios. Seguramente son cimientos como los de Claraboya los que le permitieron crecer.
Es también serio. Todavía no se atrevía a una ironía que, dada la dureza en los temas que siempre escribió, se hubiese entendido sólo como provocación en un joven principiante. Tuvo tiempo, mucho tiempo, para enseñarnos después que tanto a la ternura como a la crítica pueden acompañarles siempre una sonrisa.
Pero también reconozco una pluma que crea una prosa donde no hay restos inútiles y en la que la belleza surge del interior, en la que las palabras tienen mucho de madera, de arcilla, de materiales de construcción.
Y una capacidad absoluta de crear personajes que con pocos gestos y palabras, es capaz de abrirnos en canal para mostrarnos tanto su interior como su fachada. En Claraboya desfilan muchos, que luego tenemos la sensación de haber vuelto a encontrar de nuevo en otras de sus novelas.
Efectivamente. Es un regalo. Una obra que, por no ser perfecta, no deja de ser un hermoso y extraño epílogo, compuesto realmente por un prólogo.

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