Landero es sin duda uno de los novelistas españoles vivos más interesantes y disfrutables.
Heredero de un casticismo quevedesco que por momentos bebe de Baroja y de Valle Inclán, es capaz de rozar al mismo tiempo el absurdo y no olvidar el fondo de grisura y de hambre, de calle y de barrio.
Sus tramas , un poco bufonescas, anecdotarias , siempre a caballo entre lo divertido y lo patético, se desarrollan entre el paisaje de la cotidianeidad y la sorpresa de una originalidad muchas veces genial. Siempre con una solidez coherente.
Sus personajes tienen mucho de nuestros clásicos, son lazarillos y quijotes, dulcineas, licenciados vidriera. Tratados con cariño incluso en sus peores momentos.
Precisamente esta pequeña obra es un retrato del que podría ser cualquiera de los protagonistas de sus otras novelas . Y así, en su último día de vida, va desgranando opiniones pero también pequeñas historias, lo que convierte el conjunto en un trasunto de libro de relatos.
En general, esta pieza menor reune también las mejores virtudes de Landero. La visión es más breve, la situación más estática.
Pero está una de las mejores plumas de nuestro país y eso siempre merece la pena.
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